Sin acabar de salir del estupor ante la tremebunda historia de engaño y manipulación de Emmanuel, los colombianos llevamos dos días conmocionados viendo a los familiares de otros ocho secuestrados leer, entre lágrimas, unas 'pruebas de supervivencia' que son desgarradoras confirmaciones de puño y letra del infierno al cual llevan años sometidos por las Farc cientos de compatriotas. Pero, por primera vez en mucho tiempo, el efecto no es solo el que busca esa guerrilla -generar horror entre el público y, con él, presión en favor del intercambio-, sino que se empieza a gestar una gran movilización contra las Farc y su horrenda práctica de secuestrar civiles para chantaje político o financiero.
"No es el dolor físico el que me detiene, ni las cadenas en mi cuello, sino la agonía mental, la maldad del malo y la indiferencia del bueno, como si no valiésemos, como si no existiésemos", dice en una de las varias misivas que envió el coronel Mendieta -quien este año cumple una década en poder de las Farc-, después de relatar en otra, a su familia, cómo, pese a estar enfermo y casi imposibilitado para moverse, fue encadenado y atado a un árbol.
Estas nuevas 'pruebas de supervivencia' son, por una parte, un nuevo capítulo de la cruel política de 'cuentagotas' con las que las Farc han administrado la evidencia sobre sus rehenes: la familia de Mendieta, por ejemplo, no recibía nada desde el año 2001. E igual sucede con los demás secuestrados, como si se tratara conscientemente de prolongar la incertidumbre sobre su suerte.
Por otra parte, las evidencias coinciden en mostrar el trato infrahumano que reciben los cautivos. Los militares y policías viven en cadenas. Y son cotidianas la humillación, la enfermedad, la falta de cosas tan elementales como un libro o lápiz y papel, que convierten una revista vieja en un preciado tesoro.
Es evidente que las Farc revisan todas estas cartas, fotos y videos antes de enviarlos, lo que indica que quieren que esa evidencia salga a la luz pública para mostrar descarnadamente el horror y la absoluta falta de humanidad en que mantienen a sus rehenes y así aumentar la presión pública sobre el Gobierno para que ceda lo que sea con tal de traerlos a la libertad.
Un cálculo cínico y una apuesta macabra que están produciendo, también, el efecto opuesto: el de multiplicar la condena pública a las Farc. Son cada día más notorios, en Colombia y en el mundo, la repugnancia y el rechazo a un grupo que ha llegado a tales niveles de salvajismo.
El engaño con Emmanuel, el secuestro de seis turistas después de liberar a Clara y Consuelo y las condiciones en que mantienen a los secuestrados han motivado campañas como 'Un millón de voces contra las Farc', en la página de Internet www.colombiasoyyo.org para hacer manifestaciones públicas en 50 ciudades del mundo, el 4 de febrero, a mediodía, en contra de las Farc. EL TIEMPO se une a esta campaña para que en esa fecha todos los colombianos salgamos a la calle.
No faltan, en fin, razones de repudio directo a una guerrilla que ni siquiera ha accedido a la demanda de que el Comité Internacional de la Cruz Roja haga visitas médicas a los rehenes. Más allá de los mecanismos para lograr un eventual -y deseable- intercambio humanitario, elevar la presión en contra de los secuestradores, exigirles la libertad de todos los cautivos y el fin de este delito abominable es una esencial campaña humanitaria, en la cual todos los colombianos, uribistas u oposicionistas, ricos o pobres, junto con la comunidad internacional, debemos unir fuerzas.Y que las Farc entiendan de una vez por todas que, sin cumplir con estas elementales condiciones, nunca se les cambiará el rótulo de 'terroristas' por el de 'beligerantes'.
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