El buque ARC Providencia tiene 34 camas para la tripulación y diez para los científicos, además de laboratorios especializados para investigaciones y autonomía de 25 días, que próximamente ampliarán a 40.
Por Arcadio González Ardila, Enviado especial de El Pais, San Andrés.‘Relevo en los cayos’, la estratégica tarea que deben cumplir los infantes de Marina para defender nuestras islas menores. En el Archipiélago de San Andrés y Providencia, la Armada Nacional protege los territorios más alejados de la Patria en el mar de los siete colores. El Pais los acompañó en una de sus misiones. Los buques ARC Providencia y ARC Malpelo realizan operativos militares para evitar la presencia de embarcaciones sin permiso, lanchas que transportan droga y desarrollan investigaciones marinas.Cuando las manecillas del reloj marcan las 4:30 p.m., un camión militar atiborrado de infantes de Marina, víveres y pertrechos militares ingresa por la Avenida Newall al embarcadero de la Sociedad Portuaria Regional de San Andrés.
Se ve pequeñito frente al imponente buque ARC Providencia 155 BO. Una embarcación oceánica de 1.153 toneladas, 50,4 metros de eslora (largo), 10 de manga (ancho) y 25 días de autonomía.
Es el miércoles 25 de julio y todo está listo para el ‘Relevo en los cayos’, el delicado operativo que se hace mensualmente para renovar el personal militar encargado de defender la soberanía en las islas menores, ubicadas en el extremo norte del país, en el mar Caribe.
Al mando del buque, el capitán de fragata Juan Carlos Roa Cubaque reune a sus hombres para impartirles precisas instrucciones sobre la seguridad personal y la del propio barco.
No caminar por los pasillos cuando el mar esté embravecido, no fumar ni consumir licor, no tocar ningún botón y avisar cualquier irregularidad a los superiores, son algunas órdenes.
Un pito indica que comenzó la maniobra. Así se llama. Cada quien sabe lo que tiene que hacer. De repente, en el muelle aparece el ‘Speculator’, un poderoso remolcador que engancha al Providencia y lo ayuda a salir de entre los cargueros Doña Gloria II y Mr. Goby. A las 6:30 p.m. se da el zarpe.
En la retina van diluyéndose el Islote Acuario, el Cayo Algodón y las ruinas de un viejo buque carcomido durante años por la sal marina, después de encallar cerca del malecón.
El capitán Roa Cubaque da la bienvenida a los pocos civiles que acompañan la expedición: el enviado de El Pais, un funcionario del Ideam, un experto en telecomunicaciones y un técnico en plantas eléctricas. Cada uno tiene su propia misión.
Sentado en el puente delante de la cabina de mando, bajo un cielo estrellado y mientras un mar tranquilo exhala oleadas de fresca brisa, un suboficial de la Armada Nacional explica que el ARC Providencia cuenta con ayudas de navegación de última tecnología. Un compás magnético, un girocompás electrónico, un compás satelital que recibe señales de dos GPS (Global Position System), una consola Ecdis y una carta electrónica de navegación, trazarán el rumbo durante doce horas de travesía a mar abierto, antes de llegar a Cayo Roncador.
HACIENDO PATRIA. El bamboleo del buque le produce mareo hasta al más experimentado de los marinos. No es fácil conciliar el sueño. Y menos cuando la cortesía militar impone al infante de Marina dormir en el piso para ceder su camarote al personal civil.
Con todo, a las 6:30 a.m. se escucha nuevamente el pito. Pocos minutos después de tomar un café, todo el personal sube a cubierta con el chaleco salvavidas terciado al cuello, mientras el ancla de una tonelada de peso se enclava en las profundidades del mar.
El buque está fondeado a un kilómetro de Cayo Roncador. Comienza el desembarque.
Un brazo mecánico levanta una lancha con motor fuera de borda, con capacidad para doce pasajeros. La deja a babor (lado izquierdo) del buque. Dos sogas procuran darle estabilidad, pero el fuerte oleaje la zambulle y la estrella con furia contra el Providencia.
“Cuidado con las manos”, repite una voz de mando, pues un descuido podría terminar en la amputación de varios dedos o de la mano misma. Así, bajo estrictos protocolos de seguridad, los infantes comienzan a cargar la embarcación con víveres, canecas de agua potable, combustible, cilindros de gas y todo lo necesario para sobrevivir un mes en cada islote.
El resto de personal prepara el segundo viaje. Media hora después, regresan los primeros infantes de Marina que volverán a su batallón. Son cerca de las 9:30 a.m. y el sol canicular empieza a humedecer la piel de los marinos.
Sale el segundo viaje con uniformados y el personal civil. Las olas agitan la lancha provocando una lluvia salada sobre los viajeros. A pocos metros de la playa, dos militares se lanzan al agua, nadan hasta la orilla y aseguran la embarcación.
Dos infantes de Marina dan la bienvenida a Roncador, llamado así por el ronquido que produce el mar al romper las olas contra la barrera coralina. A su lado está Isis, una perrita de pelo amarillo que no deja de batir la cola. Es la consentida.
“Hoy nos vamos. Ya cumplimos la misión de proteger los límites con Nicaragua”, dice satisfecho el infante Charles Darwin. Durante el último mes, él, ocho compañeros y un suboficial protegieron ese pedazo de Colombia, distante 220 kilómetros de San Andrés.
Este islote de arena blanca y piedras marinas, sembrado con palmas de coco y árboles de uva de mar, apenas tiene 500 metros de extensión y 180, en su parte más ancha.
__Cita Desde cualquiera de las 16 garitas se ve el faro sobre una torre metálica de trece metros de altura, vital para la soberanía colombiana. Sobre todo en esta época en que Nicaragua insiste en reclamar la posesión del archipiélago ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
“Hace dos meses el presidente Uribe y varios funcionarios visitaron todas las islas menores del norte y sur de San Andrés. Eso es presencia del Estado”, explica el sargento primero de infantería de Marina Giovanni Barrios Arias.
SOBREVIVIR COMO SEA. Un día normal en Roncador transcurre en completa tranquilidad: algunos infantes prestan guardia de tres o cuatro horas, día y noche; otros limpian el Cayo, recogen las basuras que arrastra el mar, protegen la naturaleza y el medio ambiente, y algunos adornan los caminos con conchas de caracoles que pintan con el tricolor patrio. Además, el comandante los mantiene en constante entrenamiento y los instruye en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario. Sus descansos se van entre partidos de microfútbol sobre una cancha de arena blanquecina, juegos de mesa, televisión o charlas informales. “Una noche estábamos sentados en la playa hablando de brujería. Sentimos un ruido extraño, nos asustamos y todos a coger el fusil. En la mañana vimos que el viento había tumbado una pared de la casa donde vivíamos antes. Qué susto tan verraco”, cuenta el infante Henry Taborda. La principal labor de estos militares es la vigilancia: evitar la presencia de embarcaciones sin permiso, lanchas que transportan droga o contrabando, o pescadores ilegales. Muy excepcionalmente ocurre algo, pero no se puede bajar la guardia. Cuando se detecta algo irregular se avisa al Comando Específico de San Andrés y éste al buque más cercano. De ser necesario, se envían lanchas rápidas que tardan horas en llegar, o aviones y helicópteros que lo hacen en minutos. Por las aguas colombianas atraviesan buques de otros países. Todos, sin excepción, tienen que fondear, identificarse, formar su tripulación en la borda y mostrar los permisos de pesca o navegación. A doce horas en buque de Roncador está Serrana, el islote bautizado en honor de Don Pedro Serrano, un marinero náufrago que sobrevivió siete años en 1520 en este Cayo de 620 metros de largo, 420 de ancho y distante 244 kilómetros de San Andrés. Sembrado entre la espesa vegetación y surcado por caminitos adornados con palmeras, arenas blancas y miles de cangrejos, se levanta majestuoso un faro metálico de trece metros con alcance de 25 millas náuticas. El último destino del Relevo —a catorce horas en buque de Serrana— es Serranilla, la más lejana de las islas menores del norte, a 444 kilómetros de San Andrés, que tiene 570 metros de largo por 270, en su parte más ancha. Su posición es estratégica, a tres horas de Jamaica y Nicaragua. Hace menos de tres años se construyó un nuevo faro sobre una torre de cemento de tres pisos, pero no fue tarea fácil. El buque partió de San Andrés con tres mil bultos de arena y más de 300 de cemento. “Esa noche el mar estaba rebotado y los sacos de arena se mojaron, pesaban mucho más. El buque comenzó a hundirse por la popa. Entramos la mayoría y otros tocó arrojarlos al mar. Alcanzamos a entrar el cemento. Imagínese descargar todo ese material”, cuenta un marino. Para los uniformados estar en los cayos es un premio. “Aquí se llega por méritos, pero hay que trabajar como rata envenenada”, dice el infante Edwin Fabián Penagos. El principal inconveniente es que se agote el agua potable. “Si no llueve, la cosa se pone fea, pero un infante sobrevive como sea”, agrega Taborda. Lo más duro es en diciembre. “La Navidad pasada estuve en Serranilla. Hicimos la cena de medianoche con todo lo que había: pollo, pescado frito, arroz con coco, fríjol. No había traguito, pero unos días antes pusimos a fermentar el arroz. Eso quedó rico”, dice. El capitán Roa Cubaque explica que la soberanía en los cayos no es sólo presencia militar (ver recuadro ‘Un buque oceánico’). “Hacemos investigación científica, instalación y mantenimiento de faros y boyas, que permiten a cualquier navegante cruzar en tránsito inocente. Eso también es parte de nuestra soberanía nacional”, concluye. Tres datos claves 1. El ‘Relevo en los cayos’ (islas menores) se realiza cada mes y, en promedio, dura entre tres y cuatro días. El próximo 3 de septiembre, el ARC Providencia se desplazará al Pacífico colombiano a realizar investigaciones científicas marinas. 2. El ARC Providencia gasta 90 galones de combustible por hora. Un relevo normal se realiza entre 36 y 50 horas de navegación. El buque le ha dado varias veces la vuelta al mundo. Tiene unas doce mil millas navegadas por año. 3. En el 2003, al buque le renovaron los motores, el propulsor, el generador y los equipos electrónicos. Según los expertos, la vida útil de la embarcación está alrededor de los 30 años.